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martes, 6 de noviembre de 2012

El mar, la mar





Me han pedido que hable de lo que para mí significa “el mar” y me he sentado dispuesta a dejar que mis dedos y mi mente se alíen y plasmen algo de lo que llevo dentro y que quiero clarificar, incluso para mí misma.
Mi primer referente del mar fueron las playas de Aguadulce (Almería) porque mi padre era un loco del litoral y nos llevaba todos los veranos allí a veranear y de paso, a pasar el mes de vacaciones cerca de mi tía Beatriz y una semana visitando a la familia de Málaga. Para mí ir a la playa era calorcito, bucear, jugar. No veía más allá. Por la pasión paterna con 13 años recalamos en Valencia donde vivimos unos 10 años y no por eso dejamos de ir a la playa cada verano, primero El Perelló y luego Puebla de Farnals. Sin embargo, no puedo imaginarme mirando en la lejanía con otro sentimiento que el de curiosidad, y sí me centraba en recorrer su orilla, en su arena, en lo que podía recoger, encontrar caracolillas era como recibir regalos que me hacían sentir bien. Y llegué al sur de Tenerife y su mar me hizo consciente de su grandeza, de su intensidad y sobre todo de sus atardeceres. Primero pasé unos años como buceadora recorriéndolo por dentro y puedo decir que eso me apasionaba.
Fueron muchos años al borde del fin y la sensación de lejanía que daba confundido con el horizonte. Vislumbrar la isla de La Gomera cada tarde, calmaba mi alma, me daba belleza continua y me hacía sentir bienestar.
Embarazada, paseaba por la arena y, una vez más, recogía caracolas con las que en una ocasión completé el contorno de un espejo con un resultado que me dio mucha satisfacción y me tuvo cercana en su recuerdo cuando marché a vivir tierra adentro.
No sé en qué momento dejé de querer nadar, bucear, sumergirme y pasaron años hasta que en una playa de la costa granadina, la playa de Cantarriján, en unas circunstancias especiales, logré pasar un buen rato “a solas”, dejándome mecer y desplazar, sin tener sensación de agobio ni cansarme de permanecer en ese estado casi catatónico en el que me encontraba. Ese día recuperé las ganas por nadar.

No puedo decir que me gusta o me disgusta estar cerca del mar. No necesito su cercanía, no me hace falta ni lo echo de menos.
Y no sé el por qué, me lo he preguntado muchas veces… Lo que sí puedo afirmar es que necesito mucho más el verdor de prados y los contornos del norte, mucho más que ese inmenso azul que ni embravecido me habla o me llama… Ese mar, la mar.

Beatriz Salas



 



12 comentarios:

  1. Muy hermoso Beatriz , muy hermosa retrospectiva y como el fondo el mar que tal vez modeló tu vida , aunque te llene más el verdor de los prados y la siluetas de los montes.
    Has sabido expresar muy bien tus sentimientos, que entiendo perfectamente aunque por mi cuerpo si corre sangre seguro que lleva disuelto la sal de las mareas.
    Besos.

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  2. Desde mi Ojén natal, el mar era esa línea azul y lejana que se confundía con el cielo; a los 10 años me instalé en Marbella y la playa, con su música, se convirtió en las horas de juego y de recreo, con la silueta de Gibraltar de forma permanente, como la estampa del calendario en la cocina; luego vino Zarauz y el Cantábrico; más tarde los años capitalinos de Madrid y las ansias de vacaciones para buscar de nuevo el Mediterráneo. Finalmente, en Sevilla apago la sed de mar asomándome al Guadalquivir e imaginándolo entregarse dócilmente en Sanlúcar.

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  3. A 70 kilómetros de distancia del mar, la mar me llama muy a menudo, especialmente en esos días soleados cuando estando en la playa, miras a las derecha, luego a la izquierda, y no ves a nadie; hay un silencio que es roto con el sonido de las pequeñas olas rompiendo en la arena. Es la tranquilidad, cinco minutos mirando el horizonte, es el mejor médico que uno pueda tener.

    Aun gustándome el mar, no renuncio a la montaña, en este caso la más próxima, Sierra Nevada con sus sendas y veredas con los distintos verdes o rojizos de sus árboles en función de la estación.

    ¿Porqué voy a renunciar al desierto de Tabernas y al Altiplano de la zona Guadix-Baza de la que puedo disfrutar durmiendo en una casa cueva con temperatura permanente de unos 21 grados sea verano o invierno? su paisaje es de una belleza árida y extrema, donde el aire ha jugado con ellas realizando formas curiosas en sus paredes de arenisca; allí uno ve lo que quiere ver o lo que quiere soñar.

    Me llama y me encanta la naturaleza, no esquío, no escalo, no navego, no hago submarinismo, solo me gustar estar, escuchar y ver, el mar o la mar, la montaña y las zonas áridas y desérticas.

    Un abrazo.

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  4. Me gusta tu reflexión, aunque viviendo como vivo, entre montañas y bellas playas norteñas poco puedo quejarme....Jejeje.

    Abrazo

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  5. ...Azul...
    Verde...
    Ambos nos llenan de paz y nos rescatan del caos que tantas veces nos desconcierta y nos atrapa...
    El alma es pura e inmensa...
    Y necesita la inmensidad y la pureza para ser libre...
    Para volar...

    Preciosa reflexión, amiga Beatriz.
    Abrazos fuertes para ti y para Ruth. : )

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  6. Mi relación con el mar es dual y controvertida. Lo amo, pero a distancia, lo admiro en su belleza serena mientras lo temo. Me aterra sólo pensar en encontrarme en alta mar, pero miro hacia el horizonte queriendo alcanzarlo. Mi oido se recrea en las olas, siempre que estas arriben mansamente hasta los guijarros o la arena. Me fascina ver el espectacular mundo marino, pero soy consciente de que eso solo ocurrirá en la pantalla de mi televisión. El mar me parece bello en la medida en la que -egoistamente- pueda disfrutarlo en soledad y bajo la lluvia. Colecciono caracolas que recojo allá donde voy y me gusta imaginar historias sobre ellas. Me gusta el olor del salitre pero no la sensación de este sobre mi piel. Curiosamente, mi ansia visual de mar ha crecido con los años, pero eso no tiene mucho mérito. Siempre he vivido en el interior. Y pienso que uno tiende a desear aquello que no está a la mano... Debe ser por eso también que amo los días lluviosos, los prados verdes y los cielos nublados. En cualquier caso, te doy las gracias, hada de las palabras: tu reflexión me ha hecho reparar en estas pequeñas cosas que nos hacen, me hacen, a todos tan parecidos y, a la vez, tan diferentes.

    Un fuerte y cálido abrazo

    Abrazotes

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  7. No he tenido la suerte de tener el mar .. me pilla algo lejos.. pero me encanta .. me relaja enormemente y me llena de paz oír el rumor de sus olas serenas .. Vivo rodeada de montes .. y escuchar su silencio me produce también esa calma que mi alma tanto necesita y anhela ..

    Un suave abrazo

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  8. Muy buena entrada Beatriz, a mi el mar me queda lejos y cuando tengo la oportunidad de verlo, es toda una maravilla de sensaciones contemplarlo, pero la verdad, cuando llevo más de una semana paseando por la playa, empiezo a sentir nostalgia de mi tierra, que le voy hacer si soy de tierra adentro...

    Un abrazo.

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  9. Mi punto débil ya sabes, la Mar, indescriptible e impredecible.
    Besos enormes mi niña ;)

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  10. Mi querida Bea, he leído tus últimas tres entradas y ahora aprovecho que tengo un tiempito para comentarte.
    La amistad, es ese sentimiento maravilloso que tan sabiamente defines, y creo sabes como pienso, no es decir, es hacer, no es ser, es estar, aun en las ausencias, en las distancias, la amistad es un don maravilloso, es amor, es una bella flor...

    Hadita no soy, pero te dejo un abrazote y un soplito de cariño y el mar, la mar...me pasa como tu padre, soy una loca de olas y arenas, lo respiro, lo siento, me acaricia, me habla, aynsssss, me lleno de azules.

    Te dejo mi sincero y apretado abrazo y un, estoy.

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  11. Muy buena reflexión Beatriz, estupenda. Quizás, extrañamos lo que no tenemos. Yo, que tengo la playa al lado, que vivo junto al mar, ni la piso, no me gusta, no encuentro el sentido de tranquilidad ni belleza en ella. Yo, que desde niña no he cambiado de ciudad, de Valencia, añoro, el monte, el verdor, el olor a campo, no sé. Es bonito ver el mar sí, como todo lo de la naturaleza; sin embargo, yo no encuentro en el mar, en la mar, la paz que tanto añoro y esa tranquilidad que muchos dicen adquirir.
    Besos. Rosa.

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  12. Solemos desear lo que no tenemos pero cuando eso no ocurre es un signo de madurez. Yo soy isleña y me gusta el mar, pero no lo echo de menos, al menos no mucho...

    Buenisima reflexión

    Besos

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Beatriz Salas Escarpa