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jueves, 7 de marzo de 2013

Aurora García Rivas - AUSENCIA DEL PÁRAMO

Puedes escuchar la grabación del cuento en este reproductor. No olvides subir el volumen.

AUSENCIA DEL PÁRAMO

Cuando María de la Consolación vio lo que había parido, con un esfuerzo apenas mayor que un hipo, mandó llamar de inmediato a don Inocencio, el cura, para que lo bautizase de urgencia, antes de que se apagara el débil pulso que hacía ondular las costillas del recién nacido con un tic tic tan débil como un suspiro de gorrión. Era preciso apurarse para evitar que al niño, en vez de habitar este valle de lágrimas o irse directamente al cielo, se lo llevasen los ángeles al limbo por toda la eternidad.
Su padre se sintió profundamente avergonzado en la ventanilla del Registro Civil, pensando en el nombre que se había puesto a su hijo bajo el agua perentoria de un bautismo apresurado, y pensó que quizá viviría poco porque, a su endeble personita habían añadido un nombre que, si el niño conseguía sobrevivir, no era lo más adecuado para su futuro. En el páramo los nombres cobraban un significado concluyente respecto a la persona y ésta lo arrastraba toda la vida como una carga o como un estandarte victorioso. Ausencia no parecía nombre de cristiano y menos de chico, pero Rodolfo del Páramo ya no tenía más remedio que registrarlo así porque el cura, mientras echaba agua bendita sobre su cabeza, indiferente al débil llanto del niño y su lucha, dijo el primer nombre que se le ocurrió. 
Ausencia no parecía un buen augurio.
Contra todo pronóstico, Ausencia creció aprisa. Largo como una planta en busca de luz, espiritado y frágil, parecía vivir permanentemente en un angosto cubículo de cristal por cuya abertura mostraba la cabeza, grande y calva, a la que asomaban un par de ojos verdiazules, que parecían implantados allí por equivocación.
Fue un niño fácil de criar, silencioso, amable, alegre, sólo tomaba leche y bananas, pero en tan gran cantidad que su madre debía arrastrar todas las semanas dos grandes cestas llenas, desde el mercado al todo terreno aparcado junto al ayuntamiento, y luego buscar en la casa un sitio fresco para conservarlas en buen estado. Ausencia, desde el año cumplido y sin más ayuda que sus manos, las iba pelando y comiendo una a una, atento a cada bocado, con la parsimonia de un viejo sin dientes que come un mendrugo de pan.
A los tres años no hablaba pero había adquirido una extraña habilidad para imitar a los pájaros y cuando se ausentaba de la casa camino de los páramos, se le posaban encima con tanta confianza como si hubiesen encontrado un arbusto escuálido, desprovisto de hojas, e iniciaban allí mismo su jolgorio, dichosos de que el niño los transportara sin peligro y sin tener que gastar energías propias.
En el páramo había cardos en abundancia y semillas de hierba con las que los pájaros saciaban su voracidad para después despiojarse en el apacible transcurrir de la tarde, o regresar sobre la cabeza y los hombros de Ausencia a posarse en las ramas de los árboles del huerto.
A los cinco años tampoco hablaba, pero se las arregló para pedir una flauta. A su padre le pareció una broma del destino pero su mujer, María de la Consolación, respondió que peor sería si hubiese pedido un trombón sacabuche, porque no veía a su hijo tocando un instrumento tan extraño y a ella no le gustaba su bronca sonoridad; una flauta era más apropiada, o eso pensaba, así que le trajeron una flauta travesera que el muchacho no sabía por dónde coger. Durante algunos días, la llevó con él en sus andanzas por el páramo intentando encontrar la nota exacta que copiase el canto de los pájaros. Ardua tarea en la que invirtió todo el día de muchos días, pero nada de lo que salía de aquella especie de tubo plateado, se parecía siquiera al chillido estridente de un gorrión.
Entonces, su madre, siempre atenta a sus necesidades, le buscó un profesor que le enseñó a leer música y a soplar el instrumento sin inundarlo de saliva.
Sorprendentemente, Ausencia no hablaba, pero leía música en voz alta como un experto. Era para ver la cantidad de horas que Ausencia del Páramo dedicaba al aprendizaje, con tal entrega que a los nueve años parecía un virtuoso, y tenía a la flauta tan hechizada que ésta dejaba pasar a su través el aire sin que la soplase. Nada más que ponía sobre ella sus dedos, la flauta dibujaba melodías que el muchacho apuntaba en cuanto papel caía en sus manos, así que en pocos meses no había forma de encontrar en la casa una cuartilla limpia ni un folio sin pentagramas.
Cuando pasaba el camión de la basura, las partituras revoloteaban entre remolinos de inmundicia, como fantasmas de veleros que habían llegado a tierra firme y, en vez de navegar, volaban. Las partituras, al llegar al vertedero, dejaban escapar sus hilos de música bajo los picos de las gaviotas, y éstas y las ratas, volvían a esconderse en sus guaridas sin atreverse a asomar a la superficie por lo extraño que se había vuelto el lugar. El basurero se transformó en un paraninfo musical al que llegaron multitud de expertos para estudiar un fenómeno que nunca habían visto en ninguna parte. Se inundó de música, de melodías que parecían venir de otros mundos.
Gracias a eso, ni ratas ni gaviotas volvieron a asomar al vertedero. Muertas todas, hechizadas o hambrientas, formaron parte para siempre del sustrato de la tierra y Ausencia del Páramo fue visto con ojos experimentales, pura ciencia y cálculo, y cambió la forma de tratarlo, pues era preciso que viviese para estudiar qué fenómeno resultaba ser Ausencia. Su deformidad dejó de ser ridiculizada y asombró a todo el país por los buenos ingresos que procuraba a los estudiosos de prodigios. No quedó cadena de televisión, ni radio, ni periódico, ni página virtual, donde Ausencia no tuviese su referencia.
A los catorce años, Ausencia no había dejado de crecer. Lo hacía, con terca precisión, a diez centímetros por año. Bajo su piel macilenta se edificaba un conglomerado de andamiajes que solo parecían destinados a sostener la cabeza, perfecta en su anatomía, pero enorme, cuyo cráneo brillante y calvo guardaba un cerebro especialmente estructurado para las Matemáticas y la Música. Crecía como un hilo sin consistencia y la cabeza parecía una bola de cristal mal acoplada sobre sus hombros.
Sus padres, María de la Consolación y Rodolfo del Páramo, decidieron llevárselo lejos, donde nada ni nadie pudiese molestar a su hijo. Además, calculaban, si en diez años había crecido un metro, si ahora mismo medía metro noventa, les daba terror pensar que, a los veinte años, mediría dos cincuenta, ¿y a partir de ahí…? Estaban muy preocupados y Ausencia no era feliz con tanto manoseo y tanta prueba, así que decidieron volver a llevarlo a casa, a corretear por los páramos donde el límite era el cielo, y a tocar su flauta travesera.
Sin embargo, la felicidad duró poco y alguien más sibilino que los demás, convenció a sus padres de que sería bueno para el muchacho salir de su casa, conocer mundos nuevos, aceptar con naturalidad sus defectos y, de paso, hacer subir la audiencia en todos los medios, algo que no sólo lo haría rico, sino que también serviría para el progreso de la Humanidad.
A los dieciséis años daba conciertos en todos los paraninfos del país y hacía cálculos complejos con mayor rapidez que cualquier calculadora electrónica; a los dieciocho, se lo disputaban cincuenta cadenas de televisión y sus padres lo llevaron a vivir a la capital. Pero Ausencia pensó que aquello era un horror, así que volvió al páramo y salió a acompañar sus conciertos con los pájaros, metido hasta las rodillas entre las duras hierbas de la llanura, dejando a su flauta libre de interpretar la música que quisiera y mirando los ocasos con sus ojos como mares sin olas.
Desde cualquier sitio se le veía llegar porque su cabeza se había vuelto más transparente y todo el mundo pudo ver que su cerebro estaba lleno de tornillos diminutos, de chips y de ruedecillas de engranaje. El páramo se llenó de apartamentos, que las empresas de turismo alquilaban a los turistas, para que éstos pudiesen descansar después de las largas caminatas que tenían que dar para ir tras Ausencia, que intentaba esconderse de tanta curiosidad. Empezó a sentirse infeliz otra vez.
A los veinte años, su cabeza no tenía un tornillo en su sitio, dejó de comer bananas, dejó de crecer y una tarde improvisó sobre las landas su último concierto. Llegaron todos los pájaros desde el pasado y algunos del futuro se atrevieron a traspasar el límite de la realidad. Ausencia se dobló sobre sí mismo, miró por última vez la llanura, dejó que las aves poblasen toda su anatomía, se abrazó a su flauta y se quedó dormido en un sueño infinito.
Su madre, a fuerza de pragmatismo, pensó que era un alivio que aquel hijo hechizado desapareciese antes que ella porque no estaba claro que Ausencia pudiese sobrevivir solo entre tantos seres distintos a él, entre tanto egoísmo, en un mundo que hacía dinero a costa de cualquier cosa o de cualquier persona, porque María de la Consolación sabía que su hijo era normal, que los diferentes eran los otros.
Cuando fue a amortajarlo, se encontró con un millón de mariposas blancas sobre la sombra que había dejado su cuerpo y con otro millón de mariposas iguales, como clones alados, revoloteando en una danza cósmica, que lo elevaban sobre las nubes y lo hacían desaparecer más allá de lo visible. María de la Consolación estaba segura de que Ausencia había vuelto con los suyos.


9 comentarios:

  1. Emocionate, tremendamente emotivo, muy visual, muy sensorial, fantásticamente descriptivo. Desbordante de imaginación y muy bien estructurado. Una joya. Felicito a Aurora y le agradezco esta vuelta a esa pureza, a esa inocencia tan difícil de encontrar y que sólo una madre, como Consolación, entiende. Fantástica elección Beatriz.

    Un fuerte y cálido abrazo

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  2. Tierno, bello, fuerte. El mensaje es contundente y está lleno de Amor. Graciashttp://enfugayremolino.blogspot.com.ar/

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  3. Mi queridisima Beatriz:
    Ya sabes que en casa es un verdadero placer escuchar tus grabaciones siempre, pero hoy la disfrutamos más aún y te damos las gracias por decidirte a hacerlas de nuevo.
    Esta entrada es preciosa y tiene un tierno y amoroso mensaje, mi felicitación a esa valiosa pluma que la supo tan bien y bellamente hacer, y a ti como no, mi más cariñosa en hora buena.
    Tambien me da mucha alegria de ver que haces trabajos, eso quiere decir que ya vas sintiendote mejor
    Un abrazo muy cariñoso desde
    LAS COSITAS DEL RINCON DE DOLORES

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  4. Mi queridisima Beatriz:
    Ya sabes que en casa es un verdadero placer escuchar tus grabaciones siempre, pero hoy la disfrutamos más aún y te damos las gracias por decidirte a hacerlas de nuevo.
    Esta entrada es preciosa y tiene un tierno y amoroso mensaje, mi felicitación a esa valiosa pluma que la supo tan bien y bellamente hacer, y a ti como no, mi más cariñosa en hora buena.
    Tambien me da mucha alegria de ver que haces trabajos, eso quiere decir que ya vas sintiendote mejor
    Un abrazo muy cariñoso desde
    LAS COSITAS DEL RINCON DE DOLORES

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Beatriz Salas Escarpa